martes, agosto 09, 2005

Pocitos' Sonidero


"La única cosa que no quiero es morir
Por lo menos, no ahora. ¡Por favor!
Ese hombre allá arriba y mi esposa acá, deberán esperarme......
por lo menos un poco más de tiempo
para disfrutar todo esto más..."
Ibrahim Ferrer**
Palabras publicadas en el libro
"Buena Vista Social Club"
de Wim y Donata Wenders.
Duermen en mi jardín, las blancas azucenas, los nardos y las rosas, mi alma muy triste y pesarosa, a las flores quiere ocultar su amargo dolor…

Dos gardenias para ti… me ofrecía Portillo de la Luz, y mis esfuerzos de patético e inexperto seductor mexicano golpeaban en seco contra las curvas de una jovencita habanera cuyas curvas y prendas (y, ¿por qué no decirlo?, su fino bigote) dejaban adivinar todo menos sus 16 años. Ella era hija de la dueña de un restaurante chino que queda (¿quedaba?) justamente al lado del Dos Gardenias, tradicional establecimiento en donde mi tía, supuestamente a mi cuidado, bebía mojitos, oía boleros, y esquivaba una que otra mirada anhelante de añejos italianos en plena caza.

La Habana me abrumaba, estudiante universitario de 19 años, y todas mis lecturas e ídolos musicales de una adolescencia, todavía vigente y latiendo, se me ofrecían al alcance de la mano. Derramando saliva y suspiros en la escalera de la Universidad de la Habana; ensoñando idiota frente al Granma; esquivando marihuana, pejejé y monte cristos de 3 dólares; decepcionándome en la Bodeguita, vituperando al Floridita; perdiendo(?) un día entero, un primo y dólares en la calle obispo, tenderete tras tenderete de libros de viejo, donde en un cuartucho sofocante y de olor dulzón me ofrecían y ponían en mis manos una primera edición de Paradiso a 45 dólares, la cual rechacé inocentemente desinteresado (MCMLXVI, mostraban unos letras en la segunda de forros, ¿o acaso sólo lo imagine después?. Ah, juventud, ¡cuantos errores me permitiste, que aún me atormentan!) prefiriendo comprar los cuentos completos de Onelio Jorge Cardoso (de esta parte del trato hasta la fecha no me he arrepentido) y una antología de Casa de las Americas de… Mario Benedetti. Lo sé. Lo sé. Ahorrémonos los comentarios, por favor. Además, me desvío del tema.

Yo no quiero que las flores sepan los tormentos que me da la vida, si supieran lo que estoy sufriendo, por mis penas llorarían también…

Abandonados por su tía y compañía, éste nada ingenioso hidalgo despreciado por su potencial dulcinea y su primo Carlos (en ese caribeño viaje su fiel y paciente escudero), decidieron tomar un taxi. Pirata claro está, buscando abiertamente violar cuanta recomendación nos habían hecho en el hotel el día de nuestra llegada. El chofer del siniestro taxi, un peugeot destartalado y gris, tras ofrecernos marihuana, habanos y hasta una sobrina “muy limpia y de casa”, prefirió, decepcionado por el evidente fracaso comercial de sus ofrecimientos, interesarse por nuestros gustos musicales. Y ya que nos había recogido afuera del Dos Gardenias, comenzó a poner en el tocacintas del auto, cuanto casette tuviera a la mano. Esto no contribuyó a calmarme, pues cada vez que abría un compartimiento (el auto tenía demasiados para mi gusto) o buscaba bajo el asiento, yo esperaba vez emerger la cachiporra o el cebollero, herramientas de trabajo favoritas de los asaltantes caza bobos (verbigracia: turistas mexicanos fresas) de los que tanto nos habían prevenido. Por fin, con expresión triunfante, y con un movimiento brusco que casi me causa un infarto, me mostró fugazmente una vieja cinta de audio que colocó inmediatamente en el viejo estéreo. La trompeta que abría
“Dos Gardenias” llenó de pronto el auto, y una voz cálida y un poco (sólo un poco) raída atrapó toda mi atención. “Es Ibrahim Ferrer” fue todo lo que dijo el taxista pues, por primera vez desde que había arrancado, guardó silencio. Silencio que sólo rompió para cobrarnos una escandalosa cantidad, y dejarnos, eso sí, sanos y salvos en la puerta de nuestra hotel, concentrado de nuevo en la música y diciendo algo así como “Éste si que canta bolero de veldá”, antes de arrancar de nuevo y enfilar rumbo al Malecón.

Allí, en la acera frente al Hotel Duville de La Habana, Cuba, me olvidé el nombre de Ibrahim Ferrer. Después vino el fenómeno: Ry Cooder imaginó que si en Miami estaban Cachao y Chocolate, en la Isla debía haber todo un tropel de genios esperando ser redescubiertos. No se equivocaba. El Buena Vista Social Club desempolvaba los instrumentos, aclaraba las gargantas y se preparaba para tomar al mundo por sorpresa.

Silencio, que están durmiendo, los nardos y las azucenas, no quiero que sepan mis penas, por que si me ven llorando morirán.

Este sábado me pescó cortando un césped que me recuerda mi nueva condición de casado, traduciendo un libro muy lejano a Auster, muy lejano a Joyce, y muy lejano a nuestra realidad, aunque se pretenda lo contrario. La paga no es del todo mala y me pregunto: ¿me estoy alejando yo mismo de mis realidades? Mientras tanto Ibrahim iba cantando los versos finales de un montuno que, como todo buen son cubano, fue cobrando fuerza hasta el final. Me quitaba el pasto de las perneras del pantalón, cuando a muchos kilómetros, Ibrahim se nos iba debido a una falla masiva de órganos. Tu orquesta, Ibrahim, esa de adentro, ya no te quiso seguir el ritmo. Se acabó la descarga, dijo, guardó los instrumentos y salió del edificio, dejándolo en silencio. A ti, el silencio no te va; negro necio, tremendo Ibrahim.

Vivías en descarga, Ferrer, y tu mujer te dejaba ser. Le prendía las veladoras a Changó y te dejaba subir a ese tren violento que no entendía, que no quería creer que llegaba tan tarde. Esos trenes no suelen partir ya en otoño, pensaba. Pero llegó, llegó el tren de la fama, de las giras, del reconocimiento, e Ibrahim tomó maletas, abrazó a sus amigos y se fue con sus compays a hacer bailar al mundo, a arrancar suspiros mientras recordaba y hacía que todos recordáramos
aquellos ojos verdes. Mi padre y yo te mirábamos, cuando en la vorágine de la gira llegaron a mi provincia pérdida, ese estado mental que José Luis Justes ha aprendido a valorar y hasta defender. Un grupo que hacía bailar al apagado público que solía asistir a los conciertos en el Teatro de Aguascalientes, público que tenía en promedio casi la mitad de la edad que los músicos frente a ellos. Te mirábamos y escuchábamos a ti, y a Omara también, sobre todo a ustedes dos, menospreciando a Rubén González, a punto ya de partir, él primero que todos ustedes. Compay Segundo y Eliades Ochoa no habían venido en esa gira, así que el escenario era de ustedes dos. Y lo sabían. La charla posterior al concierto fue la primera que mi padre y yo teníamos en mucho tiempo, tras un proceso largo de batallas caseras que siempre empezaban por nada, y nunca llegaban a algo. Fue también ése, el primero de una serie de conciertos que, hasta la fecha, hemos compartido y comentado, y que me siguen acercando a él.

Vivías en descarga, como buen santiagueño. Me quedaste a deber Lágrimas Negras, para mi colección. Omara va pidiendo, a dueto contigo, que te dejen dormir, que guardemos silencio, que no te despertemos, que no nos veas llorar.

... por que si me ven llorando morirán.

¿Qué pasaba contigo Ibrahim? Cubano loco y alternativo que quiso asociarse a un grupo de músicos sajones que te mostraron un montón de dibujitos y que te explicaban que ése era, precisamente, el grupo. Gorillaz cerraba la circunferencia de un proyecto interesante, ecléctico tal cual lo habían concebido. Ibrahim solo se divertía, cantaba y escuchaba fascinado los samples y “ruiditos raros” que iban tejiendo esos chicos para arropar su voz, su cara de niño travieso, entre sorprendida y risueña siguiendo el proceso, oyendo el producto final.
Es hacer música, igual, pue’ y se reía de todo, y de nosotros, de la cámara y el tiempo.

Igual se ríe ahora, quizás, mientras el montuno se va perdiendo, tres y contrabajo arrancando los últimos acordes obligándonos a mover los pies y tamborilear sobre las piernas con las manos. La Habana guarda silencio por sólo un instante y tus veladoras a Changó siguen ardiendo, poco a poco, hasta consumirse.

Pero si un atardecer las gardenias de mi amor se mueren
es por que han adivinado que tu amor me ha traicionado
por que existe otro querer.

3 comentarios:

edilberto aldan dijo...

clap clap clap clap clap clap clap...

Hay ocasiones en que la palabra cede paso a la onomatopeya, justo unos segundos antes de que el cuerpo se recline y se abra a la música.
Gracias

Justes dijo...

El agua (la de la lluvia y lo que estás traduciendo y la que rodea la isla) y música. Bien. Ya encontré, mi boiler, a Davenport y al genial nacho vegas. gracias a ti, gracias a que no pude encontrarñlo aquella noche de viernes en mi casa, subiré music al blog.

Orfa dijo...

Y después de Dos gardenias, por fin me atreví a besar por primera vez a Ivo. Y yo sólo tenía 24 años, y eso qué, si eran dos gardenias. Y ahora tengo 25, y eso qué, si han pasado tantas cosas, tantos años. Y no he ido aún a La Habana, pero Ivo sigue conmigo. Y esa noche era la más bella, la más elegante porque estábamos en Monterrey. Qué lejos. Y la música sigue sonando y sonando, ofreciéndonos flores, y muchas más noches.