jueves, octubre 23, 2008

La Plagioteca




"En sustancia, ¿por qué deseamos ser grandes, ser genios creadores? ¿Para la posteridad? No. ¿Para circular entre la multitud, y que ésta nos señale con el dedo? No. Para sostenernos en la fatiga cotidiana, en la certeza de que vale la pena cuanto hacemos, de que es algo único. Por el presente, no por la eternidad".

- Césare Pavese, Oficio de Vivir

(Robado desde el adictivo Moleskine Literario, de Ivan Thays)

martes, octubre 21, 2008

Trozos de historia, oídos al pasar...

Literature Poisoning
(para Edilberto, otro cumpleaños)

Enfrentarse a una ciudad impuesta como el que la va narrando línea a línea. Descubrir que cada obstáculo no es más que el giro de tuerca que su propia ficción le impone como un reto para idear un desenlace más, la solución que alargará la sonrisa en el rostro de su lector. Descubrir las felicidades ínfimas de lo cotidiano como el premio que se obsequia al que persevera en su empeño de dar vuelta a las páginas de ésta, su obra. Confiar en el poder supremo de la escritura constante, la que se crea con cada paso y cada vuelta de esquina. Porque escribir no es más que plasmar de alguna forma esa sucesión de decisiones, ni acertadas ni erróneas, sino las precisas para mantener el ritmo de una historia que valga la pena compartir.

Sus amigos, personajes. El amor, un recurso de estilo. Los pecados, los errores: pequeños artilugios del oficio; trucos justos para levantar el interés y lograr que no pueda cerrarse el libro.

Escribir, vivir; reflexionar sobre los actos, corregir lo escrito. Revalorar cada evento, cada gesto en derredor, como el que encuentra la pista que ha de enriquecer el hecho, que ha de cimentar esa complicidad que brinda la lectura. La lectura, esa forma nunca dócil de amistad. Saber, sí, que está intoxicado de literatura, y entregarse de lleno al delicado sabor de ese veneno.

domingo, octubre 19, 2008

A los “tas” desde los “tes”.


Uno llega a los treinta como el que ha viajado de noche en un autobús de ruta. De Aguascalientes al Distrito Federal. De Monterrey a Aguascalientes. De Maravatío a Toluca. De Buenos Aires a Bariloche. Algo en el cambio de ritmo te hace reaccionar y preguntarte en dónde estás. El amanecer que entra en ruidos lentos y luz difusa, por unas ventanas increíblemente frías. La modorra que llena tu cabeza y ata tus miembros en una torpeza cubierta de hormigueos, confunde los rostros del sueño con los que están a tu alrededor. No sientes un peligro inminente pero tampoco puedes decir que la seguridad te inunda. Has llegado a un sitio que no es del todo extraño, puede que incluso tengas un propósito al llegar a tal lugar; con toda seguridad, si pudieras despejarte lo suficiente, algo de agua en el rostro, aplacar el cabello que ahora, dolorosa certeza, es nido de buitres que se alza sobre tu testa, si pudieras en fin recuperar el control, la conciencia, sabrías los detalles de la cita que te aguarda, de la misión que te ha traído hasta aquí.

Sí, tu has llegado aquí para algo: tienes un nombre y una agenda, tienes sentido y prisa, un origen que no recuerdas en su totalidad y un destino que adivinas entre las lagañas y la tortura de una pantorrilla que sigue presa del ardor que le inflingen al unísono un ejercito de hipodérmicas e imaginarias hormigas.


Y resulta ser que uno no es en realidad más viejo, ni más guapo; no es más sabio, ni más noble; no es más lento ni más débil. Pero algo cambia en la mirada que nos devuelve el tipo simpático del espejo.

Pero algo queda. Restos del naufragio. Pírricas victorias, que en el fondo no son tales, siempre en perspectiva, siempre a través del favorecedor cristal que cargamos en el bolsillo trasero, remedio ante paisajes inhóspitos. Me descubro con amigos y con canas. Con amor y con pecados. Con intentos y fracasos. Con un caudal de letras que me dicen que ahora es cuando. Me queda acaso la certeza de ser un poco menos soberbio al reconocer el rosario de errores que he cometido con los años. La esperanza de ser un poco menos ingenuo como para no creer que pueda evitar cometerlos de nuevo.

P. D. ¡Ah, tengo tambien un Batman Bad Ass regalo de Laurita y mi sensei Aldán! Así que cui-da-di-to.