Puga es una asignatura pendiente en la que mi pareja me lleva una ventaja notable. Aldán insiste en que mexicanice mis lecturas. Venga el primer paso: el reconocimiento de una narrativa nacional de grandes aciertos, sin fuegos artificiales pero con la suficiente sustancia como para taladrar el ánimo y marcar senda. Elena Garro me espera al girar la esquina. Creo acercarme un poco más preparado.
Malentendidos
Soy la única persona en el mundo
que puede tener la certeza de que
mi gata Carlota se suicidó
por amor
El dueño
Que los gatos sienten, estoy seguro. Toda cosa viviente siente. Pero ¿planearán? ¿Tendrán capacidad de llegar a conclusiones y, de ahí, a decisiones?Viéndola cruzar la habitación principal de mi departamento (un confortable salón, con divanes, buena iluminación que invita al recogimiento, luz juguetona durante el día, amplios espacios), viéndola cruzarlo con su paso mullido, indiferentemente elegante, impasible aunque atenta a todo sonido o movimientos, pero segura de sí, yo la sospechaba poseedora de un secreto clave. Vastísimo.
La creía más allá del sufrimiento; la intuía sabia por tanta reflexión (aparentemente indolente, pero concentrada, repleta de determinación). La envidiaba por su reconciliación con el universo; por su fatalismo optimista. Su vitalidad, que tenía tanto de muerte sana.
Me sobrecogí la primera vez que la vi acechar un insecto. Me quedé hipnotizado observándola. El universo suspendido. Sólo existía el espacio de la gata y el insecto…no: sólo existía el espacio de Carlota, dentro del cual estábamos atrapados el insecto y yo. El insecto en su inconsciencia; yo en mi estupor. Yo afuera y adentro, el insecto espantosamente adentro. Y Carlota acechando, acechando. Perfectamente inmóvil. Yo erizado del horror. Era como descubrirle otra cara. Una faz dura. Toda ella crueldad… ¿y se destreza, su elegancia, su reflexión? Sobre todo ¿su sabiduría?
El zarpazo fue fugaz, impecable.
Así conocí a Carlota y no tuve más remedio que seguir queriéndola.
Y tengo la certeza de que se suicidó por amor.
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Por ese mismo respeto, o aceptación de la incomprensión, reconocí de inmediato que no podía pedirle ayuda. No me quejo. En estas cosas no es ayuda lo que se necesita. No es comprensión. Es sólo soledad acompañada. Saberse sufriendo en un rincón y no sentirse sólo.
No es que sucediera nada violento. Fue un entrar y salir con una misma gallardía hermética, que ahora, sólo ahora, me atrevo a calificar de pedante. Pero ¿no somos pedantes todos cuando andamos por ahí a tientas buscando lo que queremos (cuando es mero impulso, digo, cuando aún no sabemos lo que queremos)? ¿No fui pedante yo? Yo cuando le dije: lo que quiero es paz. Eso es lo que quiero. ¿No me habré visto mal?
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No se da cuenta: o es conmigo o no. Yo no puedo explicarle. Se tiene que arriesgar. Igual me arriesgo yo. ¿Cuántas azoteas no he cruzado ya? Venciendo el temor a todo: golpes, ridículo, hasta la muerte incluso. Para venir a ser recibido con un yo lo que quiero es paz. Pues no. Ni que fuera un agente de ventas que trajera un muestrario para ofrecer: ¿de qué color?
2 comentarios:
en efecto, boiler. apretar play en ese disco es adentrarte en la realidad del dolor.
Hola, te he encontrado buscando el cuento Malentendidos. Lo tuve hace unos años pero la casualidad o el descuido se lo llevó, cada que voy a México ,lo busco en librerías y bibliotecas y no hay forma de encontrarlo y en internet sólo esta el capítulo hasta donde tienes publicado. ¿Es posible que me pases el cuento completo?. Mi dirección es kalhuajbj@gmail.com
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