Rutas
Esta mañana, al querer impedir ese trayecto diario tuyo de la puerta al mundo, del mundo a la región en dónde tu memoria no bebe de mis voces, quise decir: quédate.
En vez de eso, até un trozo de caucho en torno a un pan y con tierra y lágrimas lo puse en una caja pequeña bajo tu almohada.
Ahora miro tu rostro mientras duermes, creyendo distinguir en cada aliento que se escapa de tu boca, la semilla de un reproche nunca dicho (contra esa puerta y tu mundo, contra esa muda región de mis lamentos) haciendo tierra fértil de tu voz.
Mañana me dirás con un odio extraño antes de irte: ¿Por qué siempre te quedas?
martes, octubre 04, 2005
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