jueves, diciembre 07, 2006

Esos son cuates, Xing - Ha'Oh!!!


Martin Amis, Kazuo Ishiguro, John Updike, Zadie Smith,Thomas Keneally, y otros tantos pesos pesados han dado un paso al frente para defender a su colega Ian McEwan, a mi entender uno de los más grandiosos novelistas de habla inglesa.

El conflicto surgió cuando la periodista Julia Langdom, publicó un artículo en el que hacía notar demasiadas coincidencias entre ciertas partes de "Atonement" novela de McEwan, y "No time for romance" una novela autobiográfica de Lucilla Andrews, recientemente fallecida. Las partes en conflicto son particularmente aquellas secciones en las que se incluyen detalles sobre un hospital de guerra. Posterior a esto, McEwan publicó una respuesta en la primera plana de The Guardian (nomás, como decimos por acá) admitiendo que había usado el libro de Andrews para documentar dichas secciones en su obra, pero sólo eso.

El conflicto viene siendo más o menos una cuestión constante en este veleidoso mundo literario, la única diferencia es que el tamaño de los nombres implicados da una perspectiva muy llamativa al asunto.

Mi particular sentir, no es ningún secreto entre los que me conocen, es que todas las tramas ya han sido escritas; la originalidad de historias, de acontecimientos, de escenas, es un tesoro tortuoso que consume mucho esfuerzo en la formación de un joven escritor, y a veces no tan joven. Tolstoi, Flaubert, Shakespeare, Petrarca, Chejov, Borges, y tantos más nos la han puesto bastante difícil en materia de historias nuevas que contar. El talento es la manera como respondemos a esa barrera, como lidiamos con la tremenda responsabilidad de haber llegado después de ellos. Donde la originalidad suele surgir es en el plantemiento narrativo de los conflictos, en nuestra particular postura ante los eventos, las pasiones, las eternas carencias.

Aquí la noticia completa en The New York Times. Gracias a Justes que me llevó a ella.

Mañana, la traducción de la carta de Pynchon.

miércoles, diciembre 06, 2006

Merry...

Sarah McLachlan -River


Por decreto o por convicción parece que la navidad se ha instalado en nuestro sentir cotidiano, entre un asunto y otro, en el centro de cada conversación. Y a mí me gusta la navidad. Les juro que me gusta, varios son testigos. Pero ahora, ciertas historias, determinados eventos se me han ido adhiriendo al ánimo como lapas, y me dejan el semblante incierto, un humor de dudas sostenido apenas por cierto hálito azul que no me deja del todo.

Soy egoísta y no quiero nunca despertar de madrugada, cayendo sobre una cuna con el vértigo en el fondo del estomago, y derrochar intentos por reanimarlo, por reanimarla, por traer a ese espíritu de vuelta a una paz, a una seguridad que en cierta forma le habría prometido desde el primer abrazo, desde la primera mirada torpe. No quiero nunca tener que desplomarme en el llanto súbito, en el llanto que entiende de golpe, que sabe que ahí se ha roto algo tan delicado como las agujas de hielo que cuelgan de ciertos arboles en el invierno. Mi navidad pesa ahora de una forma extraña, densa, por que no quiero, para mí ni para nadie, una navidad como la de ellos.

It’s coming on Christmas
They’re cutting down trees

They’re putting up reindeer singing songs of joy and peace
Oh I wish I had a river
I could skate away on
But it don’t snow here

It stays pretty green
I’m going to make a lot of money

And then I’m going to quit this crazy scene
Oh I wish I had a river

I could skate away on
I wish I had a river so long

Teach my feet to fly high
Oh I wish I had a river

I could skate away onI made my baby cry
I tried hard to help me

No it wouldn’t be at ease
But it left me so naughty made me weak in the knees
Oh I wish I had a river
I could skate away on
But I’m so hard to handle
I’m selfish and I’m sad
Now I gone and lost the best baby that I’ve ever had
Oh I wish I had a riverI could skate away on
Oh I wish I had a river so long

I would teach my feet to fly high
Oh I wish I had a river
That I could skate away on

I made my baby say goodbyeIt’s coming on Christmas
They’re cutting down trees

They’re putting up reindeer singing songs of joy and peace
Oh I wish I had a river

I could skate away on

martes, diciembre 05, 2006

Trozos de historia, oidos al pasar.

Hay ocasiones en que la vereda informática se siente un poco como esos bares cálidos, mitad en penumbras, con música tranquila, en que una falsa privacidad invita a amigos viejos o recientes a abrirse de lleno ante uno. Y uno no sabe muy bien que hacer del todo ante esos ataques de confianza: juega con el vaso, da un sorbo a la bebida, mira justo entre los ojos, lleva una mirada yo-yo lejos muy lejos de un escote para no incomodar, y sobre todo, contesta cosas torpes, muy torpes, compuestas mayormente por monosilabos o frases hechas.

Amiga llega y derrama sobre la mesa una soledad íntima, muy honda, germinando orificios en el fondo de gran parte de sus frases. Su soledad es íntima ya lo dije (alguien dirá que es la única forma que la soledad adopta; no estoy convencido) , pero el motivo de su soledad es ajeno a ella misma, algo que alguien dijo, algo que alguien hizo. El paradero de los actos de otro va trazando rutas en su propio ánimo, y de pronto se despierta en un sitio en el que no quiere estar, pero no está dispuesta a huir de ahí, a recoger pacientemente el cordel de vuelta al pórtico, al umbral; prefiere incordiar, agitar el puño al cielo, sentarse y suspirar, permitirse acaso un sollozo, y preguntarse, preguntarse tantas cosas.

Amigo viene y desgrana historias que no terminan porque él no está dispuesto a que terminen, y yo no dejo de imaginarlo como un músico empecinado en un escenario vacío, a oscuras, lanzando notas al graderío habitado por las sombras, por el recuerdo de un público del cual ya no está seguro de que haya estado ahí alguna vez. Las manos le pesan sobre el instrumento, el deslizarse suave sobre las cuerdas da paso a un lacerante trayecto poblado acordes y escalas que se le tornan extrañas, hostiles, y persiste, va deshilando el atávico oficio que se vive en nuestras ciudades, de no dejar una cosa hasta que seamos nosotros los que la demos por terminada. Lo peor es sentirme ese espectador tras bastidores, observándolo, ya no sé si con pena, no sé si con fervor genuino, con cierta admiración, y que de vez en vez recibe, cuando el voltea en mi dirección, el gesto puro del que sabe que está dando el show de su vida, que está tocando esa precisa pieza de una forma que no será capaz de repetir.

El bar se vacía, o alguno de ellos va al baño, o se distrae un segundo apoyándo el rostro sobre las manos. En ese intersticio en su discurso, sintiéndome un cobarde o el peor remedo de amigo, tomo el abrigo y salgo, sin azotar la puerta, buscando una noche que no me pida respuestas sin pedirlas, que no espere la palmada de consuelo que no está en mis bolsillos.

Cierro la laptop sin preocuparme en apagarla y al desconectar el cable de red siento mis dedos enfriarse, sensación que me acompaña en la escalera y sólo disminuye al llegar al auto.

lunes, diciembre 04, 2006

Recapitulaciones

Es ir un poco más allá del tan sólo hilvanar una palabra tras otra, eso lo tengo claro. Pero, vaya, tampoco debe ser un acto supremo de voluntad. Hay miles de ejemplos de disciplina en torno mío que casi sin quererlo están puliendo el oficio en forma constante, certera, a fuerza de ir jalando sólo un poco la carreta, día a día. Lo van volviendo un poco el arte de aprovechar cualquier pretexto, pero en la dirección inversa en la cual yo lo hago: mientras yo me limito a dejar pasar la oportunidad para escribir sobre el caudal de episodios en torno y dentro mío, ellos toman el detalle casi nimio y van tejiendo alrededor de éste el tejido justo de la reflexión, la anécdota que atrapa, el corolario de lo cotidiano, la frase que resume un miedo inmenso a quedarse callados cuando esa ansia por decir algo nos arroba.

La embarcación no debe ser tan mala. No es el navío lo que causa el problema entonces. Acaso la izada de las velas, la torpeza de un grumete al que le han encargado el timón y recuerda de pronto que las instrucciones eran otras.

Cambiar entonces el rumbo, saberse cómplice de los vientos: ni por encima de ellos, ni sujeto a sus caprichos. Escribir en pos de un puerto que se antoja nuestro.