Es ir un poco más allá del tan sólo hilvanar una palabra tras otra, eso lo tengo claro. Pero, vaya, tampoco debe ser un acto supremo de voluntad. Hay miles de ejemplos de disciplina en torno mío que casi sin quererlo están puliendo el oficio en forma constante, certera, a fuerza de ir jalando sólo un poco la carreta, día a día. Lo van volviendo un poco el arte de aprovechar cualquier pretexto, pero en la dirección inversa en la cual yo lo hago: mientras yo me limito a dejar pasar la oportunidad para escribir sobre el caudal de episodios en torno y dentro mío, ellos toman el detalle casi nimio y van tejiendo alrededor de éste el tejido justo de la reflexión, la anécdota que atrapa, el corolario de lo cotidiano, la frase que resume un miedo inmenso a quedarse callados cuando esa ansia por decir algo nos arroba.
La embarcación no debe ser tan mala. No es el navío lo que causa el problema entonces. Acaso la izada de las velas, la torpeza de un grumete al que le han encargado el timón y recuerda de pronto que las instrucciones eran otras.Cambiar entonces el rumbo, saberse cómplice de los vientos: ni por encima de ellos, ni sujeto a sus caprichos. Escribir en pos de un puerto que se antoja nuestro.
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