Corderos propiciatorios prefieren algunos. Danzas y cantos para convocar lluvias, ventajas, cosechas, victorias. Vigilias para ahuyentar los malos augurios de la batalla. Miel, grano y leche; carne, hueso y sangre; voluntad, pureza y vida.
Me inclino por la ofrenda que agradece lo otorgado, que da testimonio de lo concedido en la espera que no pide y acepta en una actitud que raya en la resignación pero que está más emparentada con la dignidad.
Dicha grande es recibir en gracia, ver correspondida la plegaria. Dicha mayor cuando el bien le es brindado a alguien más, distinto de uno: querido, respetado.
La ofrenda implica el rompimiento con la inercia, abrir las ventanas, poner en bandeja aquello de lo que mas nos cuesta deshacernos. Sirva el romper el silencio, sin más pretensión que rendir ofrenda por la gracia recibida (Aunque sea por alguien más. Precisamente por que la recibe alguien más.)
Alegrías ajenas, semillas que el viento esparce en el fértil surco de nuestra sonrisa.
lunes, marzo 24, 2008
martes, diciembre 11, 2007
Sucursal Babel
It aint just bein older. I wish that it was. I cant say that it’s even what you are willin to do. Because I always knew that you had to be willin to die to even do this job. That was always true. Not to sound glorious about it or nothing but you do. If you aint they’ll know it. They’ll see it in a heartbeat. I think it ismore like what you are willin to become. And I think a man would have to put this soul at hazard. And I wont do that. I think now that maybe I never would.
(No es nomás volverse viejo. Ojalá fuera eso. No puedo decir que se trate de hasta qué estás dispuesto a hacer. Porque siempre supe que tenías que estar dispuesto hasta a morir para hacer este trabajo. Eso siempre fue cierto. No es por hacerlo sonar glorioso, pero así es. Si no estás dispuesto, lo van a saber. Lo van a ver en un latido. Creo que más bien se trata de en lo que uno está dispuesto a convertirse. Y creo que un hombre tendría que arriesgar el alma. Y no voy a hacer eso. Ahora creo que, tal vez, nunca lo haría.)
No country for old men - Cormac McCarthy
(Aunque el señor Alejandro Ahedo me agarre de bajada cada vez que intento hablar de éste autor, creo que a Rene López Villamar le gustaría...)
(No es nomás volverse viejo. Ojalá fuera eso. No puedo decir que se trate de hasta qué estás dispuesto a hacer. Porque siempre supe que tenías que estar dispuesto hasta a morir para hacer este trabajo. Eso siempre fue cierto. No es por hacerlo sonar glorioso, pero así es. Si no estás dispuesto, lo van a saber. Lo van a ver en un latido. Creo que más bien se trata de en lo que uno está dispuesto a convertirse. Y creo que un hombre tendría que arriesgar el alma. Y no voy a hacer eso. Ahora creo que, tal vez, nunca lo haría.)
No country for old men - Cormac McCarthy
(Aunque el señor Alejandro Ahedo me agarre de bajada cada vez que intento hablar de éste autor, creo que a Rene López Villamar le gustaría...)
domingo, diciembre 09, 2007
Postales desde Miami
I
Sasha dejó Valparaíso y Chile como quien camina hacia atrás para no perder de vista eso que alguna vez significó tanto pero se tiene la certeza de que no volverá a tener el mismo peso sobre nuestras vidas.Su padre, del cual nunca había sabido nada, se le apareció un buen día en forma de carta llevada a ella por un abogado; y ese padre de papel y firma en papel caro le decía, cuentos más, cuentos menos, que tenía un apartamento en la Florida, y dado que ahora había muerto y su existencia en la tierra se resumía a ser una firma bajo frases largas en un pedazo de papel, transportado de un lado a otro por el personal de una firma legal, pues entonces, la verdad, el apartamento a él ya no le sería de mucha utilidad y decidía dejárselo a ella para que Sasha hiciera con él lo que fuera su santa y chilena voluntad.
Sasha, que la verdad pasaba entonces por muy malos momentos en un Chile que cada vez se le hacía más estrecho, decidió escapar antes de que, en efecto, el país fuera tan estrecho para ella, que acabara por saltar hacía el Pacífico, perdiéndose en su frío de muerte.
Se fue, sí, como quien camina hacia atrás, a la Florida, sabiendo que no iba a regresar después de reclamar su apartamento en Miami.
sábado, octubre 13, 2007
Ya viene... Boilerfest 2007
"En esas tardes de octubre puede el hombre emprender los caminos más imprevistos. Puede, igualmente, descubrirse de pronto una nube no vista antes, un aroma jamás aspirado, una razón heroica o el resquicio de alguna puerta cuyo tenue resplandor invita a entrar. ¡Nadie sabe! Ciertamente, durante el verano y durante el invierno y durante cualquier instante de nuestra vida puede descubrirse ese resquicio. Pero tenía que ser en octubre, como tiene que ser un instante preciso aquel en que deba ocurrir esto o aquello."
Francisco Tario - La puerta en el muro
jueves, octubre 11, 2007
Doris Lessing. Premio Nobel de Literatura 2007
Descrita por el comunicado de la Academia como "una épica de la experiencia femenina, quien con su escepticismo, fuego y poder visionario ha puesto bajo escrutinio a una civilización dividida"; a Doris Lessing, novelista inglesa nacida en lo que fuera Persia (ahora Irán) le fue otorgado el premio Nobel de literatura 2007.
All sanity denpends on this: that it should be a delight to feel heat strike the skin, a delight to stand upright, knowing the bones are moving easily under the flesh.
- Doris Lessing
(Toda cordura depende de esto: debería ser una delicia sentir el calor golpear sobre la piel, un delicia el erguirse, sabiendo que los huesos se estan moviendo con facilidad bajo la piel.)
La nota completa aquí.
jueves, septiembre 20, 2007
Guatemala; "...y los perros esconden el olfato".

Uno va a al campo, nunca más ajeno, de un país que no es el propio, para hacer eso que todos llaman "auditar". Y se supone que uno "audite" eso que varios llaman el "seguimiento", pero que es imposible seguir del todo. "Seguimiento" de lo que algunos gustan llamar "proyectos de desarrollo".
Y el "desarrollo", que de tan "proyectado" no se deja "seguir", acaba por no dejarse "auditar".
Charlar, casi al final de la jornada, con un instructor de campo, que encuentra entre tantas comillas cotidianas, un espacio para la poesía. Con la bondad y la paciencia necesaria para compartir con un "Auditor del Seguimiento de los Proyectos de Desarrollo", algunos nombres de autores, que le ayuden a sacudirse la melancolía, el estupor, la pena ajena y (claro está) las comillas que tanto eufemismo va dejando caer de par en par hasta llenarle por completo el ánimo. Para contar historias exentas de drama, que no exigen empatías forzadas, y que le dejan ver a su torpe interlocutor una imagen de lo que era este país (cercano pero ajeno) hace apenas diez años.
Volver a la habitación, cansado de la vida y avergonzado (hasta donde ese mismo cansancio me lo permite) del clisé de culpa que resbala por la espalda al recorrer con la mirada mi habitación en el hotel Marriott.
En mi ciudad (allá al fondo del anhelo, esta noche más lejana que en el resto de mis viajes) nunca he sido el mejor discípulo del buen Juan Pablo de Ávila; estoy seguro que nunca lo seré. Y en el fondo estoy seguro que ni el ni yo lo lamentamos. Pero hoy no me siento tan lejano de una lectura como la de Manuel José Arce.
Manuel José Arce
Aquí queda el océano: los pesqueros que abandonó Somoza.
Aquí, la costa: el algodón, bananos, caña de azúcar, caucho,
cacao, ganado y paludismo.
Más acá, el altiplano, las fincas de café y de cardamomo.
Y mas acá, hasta arriba, se encuentran la montaña y las tierras
estériles.
Y en esta aldea miserable de indios
—de indios que en la cosecha bajan al altiplano o a la costa,
en camiones de vaca, con toda la familia, por salarios que ya
ni madre tienen
a labrar los millones que se quedan
en bancos y burdeles de Miami;
de indios que van cargando a mecapal la historia—
en esta aldea, digo,
en este simple patio de tierra apisonada,un niño juega con una piedra.
Con una piedra.
Con una sola piedra.
El silencio, de pronto, decapita la canción de los pájaros.
Y el niño sigue jugando con una piedra.
Los arboles presienten el peligro. El maíz se acongoja en la
mazorca.
Hay un temblor de muerte en los celajes. El agua se detiene
en el cauce del río.
Y los perros esconden el olfato. Pero el niño
en el patio
esta jugando con una piedra.
Es un ruido en pedazos que se oye desde lejos,
retaceado,
indeciso.
Viene como cortando con hachazos metódicos el aire. Las mujeres levantan la mirada
y corren con un niño en el pecho, y otro niño en la espalda y
otro niño en el vientre,
y un niño mas colgando en cada brazo.
Los viejos sacan fuerzas de flaqueza, escarban en los reumas
hasta hallar los pedazos
de energía que quedan y corren o se arrastran mas bien.
Los helicópteros están sobre los ranchos, las casas, las calles,
y los patios.
Las llamas de napalm roen los techos de amable paja,
el campanario de la iglesia estalla,
los perros cabalgados por el fuego revientan en aullidos,
el paisaje se borra en el humazón caliente.
Vuelven los helicópteros.
Esta vez se declara el aguacero torrencial de balazos,
las cortinas que vienen barriendo lo que queda de vida entre
las brasas
y acosando en seguida la montaña
donde los trajes imperiales de las mujeres sirven de objetivo seguro.
—perseguido-encontrado-perseguido-encontrado y alcanzado—
por la eficacia de los artilleros.
Y el niño esta en el patio sin su piedra.
Terminó el juego
cuando aún tuvo tiempo de lanzarla
contra los helicópteros.
En este mapa ardiente que describe mi patria
ya no existen niños:
desde que el hombre nace, nace adulto.
Adulto y combatiente.
miércoles, septiembre 19, 2007
Cuando viajo digo mentiras.
Me llamó Eusebio, le digo, recordando rápidamente el nombre del chofer que ésta mañana me llevó a la oficina y estrecho su mano con una calculada rapidez que siempre deja a todas un tanto confusas. Eusebio Contreras, añado, doblando de golpe el periódico que mostraba en primera plana el apellido que ya siento mío.
Con el paso de los años, siempre en el camino, he ido aprendiendo a modular la voz, mesurar las miradas, aplicar la dosis justa de desinterés y nerviosismo que les da confianza. No muevo la pierna nerviosamente como suelo hacerlo, pues Eusebio Contreras no movería la pierna nerviosamente. Paso los dedos de mi mano derecha insistentemente por mis cabellos como solería hacerlo Eusebio Contreras, aún y cuando yo nunca lo haga.
El gesto mínimo, disimulado, justo, de mirar con discreción el reloj, le dará la sensación en todo momento de que era ella quien en realidad estuvo propiciando el encuentro, la charla casual. Me dirá que es su primera vez en la ciudad. Le diré que pasé la infancia muy cerca de aquí, en un poblado que prefiero olvidar, que siendo joven cruce la frontera con muy poco miedo de la selva pero con verdadero pavor a mirar hacia atrás. Ella me dirá que está en Guatemala por cierto congreso de modas. Yo le diré que cada mes y medio tengo que entregar personalmente un pequeño cargamento de pinceles artesanales que mi hermano y yo, confeccionamos en nuestra pequeña factoría en Chiapas.
Ella se irá rindiendo ante esas ficciones que sin esfuerzo y sin exceso irán conformando la verdad que da propósito y sustancia a Eusebio Contreras; se irá entregando a ellas de una forma en que nunca lo haría ante la verdad (verdadera ficción) de Luis Cortés y sus auditorias, de su inercia de vida en Aguascalientes, de sus torpes y errantes letras.
Si juego bien mis pasos - siempre lo hago - la acompañaré a su habitación, quedándome ante el umbral de la puerta (a Eusebio Contreras le importa un comino que lo consideren anticuado, seguirá siendo un ferviente devoto de la caballerosidad) y mientras sostengo la hoja de su puerta con la palma extendida sobre ella le contaré a manera de despedida una historia que pareciera no venir al caso sobre mujeres que esperan algo a solas cada noche en las iglesias de un barrio cercano, sobre como en diecisiete años ningún hombre se ha atrevido a arrojarse a la noche y al pavimento desde los balcones de éste hotel, sobre madres que venden sus niños a extranjeros en el segundo piso, ayudadas por abogados que cuentan su dinero en el estacionamiento de la planta baja.
“Me gustas”, dirá, la sonrisa rematando el contorno de la “s” final.“A mí me gusta decir mentiras cuando viajo”, replicaré yo, mi rostro cubierto por la expresión que seguramente inunda el rostro de Eusebio Contreras cuando se halla realmente triste. Entonces cerraré lentamente la puerta frente a ella, a la par que a sus espaldas la sorpresa, una lenta decepción y la oscuridad del cuarto, la irán envolviendo para no abandonarla por el resto de la noche.
Con el paso de los años, siempre en el camino, he ido aprendiendo a modular la voz, mesurar las miradas, aplicar la dosis justa de desinterés y nerviosismo que les da confianza. No muevo la pierna nerviosamente como suelo hacerlo, pues Eusebio Contreras no movería la pierna nerviosamente. Paso los dedos de mi mano derecha insistentemente por mis cabellos como solería hacerlo Eusebio Contreras, aún y cuando yo nunca lo haga.
El gesto mínimo, disimulado, justo, de mirar con discreción el reloj, le dará la sensación en todo momento de que era ella quien en realidad estuvo propiciando el encuentro, la charla casual. Me dirá que es su primera vez en la ciudad. Le diré que pasé la infancia muy cerca de aquí, en un poblado que prefiero olvidar, que siendo joven cruce la frontera con muy poco miedo de la selva pero con verdadero pavor a mirar hacia atrás. Ella me dirá que está en Guatemala por cierto congreso de modas. Yo le diré que cada mes y medio tengo que entregar personalmente un pequeño cargamento de pinceles artesanales que mi hermano y yo, confeccionamos en nuestra pequeña factoría en Chiapas.
Ella se irá rindiendo ante esas ficciones que sin esfuerzo y sin exceso irán conformando la verdad que da propósito y sustancia a Eusebio Contreras; se irá entregando a ellas de una forma en que nunca lo haría ante la verdad (verdadera ficción) de Luis Cortés y sus auditorias, de su inercia de vida en Aguascalientes, de sus torpes y errantes letras.
Si juego bien mis pasos - siempre lo hago - la acompañaré a su habitación, quedándome ante el umbral de la puerta (a Eusebio Contreras le importa un comino que lo consideren anticuado, seguirá siendo un ferviente devoto de la caballerosidad) y mientras sostengo la hoja de su puerta con la palma extendida sobre ella le contaré a manera de despedida una historia que pareciera no venir al caso sobre mujeres que esperan algo a solas cada noche en las iglesias de un barrio cercano, sobre como en diecisiete años ningún hombre se ha atrevido a arrojarse a la noche y al pavimento desde los balcones de éste hotel, sobre madres que venden sus niños a extranjeros en el segundo piso, ayudadas por abogados que cuentan su dinero en el estacionamiento de la planta baja.
“Me gustas”, dirá, la sonrisa rematando el contorno de la “s” final.“A mí me gusta decir mentiras cuando viajo”, replicaré yo, mi rostro cubierto por la expresión que seguramente inunda el rostro de Eusebio Contreras cuando se halla realmente triste. Entonces cerraré lentamente la puerta frente a ella, a la par que a sus espaldas la sorpresa, una lenta decepción y la oscuridad del cuarto, la irán envolviendo para no abandonarla por el resto de la noche.
miércoles, agosto 15, 2007
Trozos de historias, oidos al pasar.
Accesos.
Frente a la banca en que me hallo sentado, las puertas inmensas del parque. Mi lectura que se interrumpe al notar al niño que, ignorando las amplias puertas, colosal invitación al juego y al dominio de la infancia, decide poner pecho en tierra y entrar por una abertura entre el suelo y la malla que rodea al parque, a menos de tres metros de las puertas. Tras un pequeño esfuerzo lo logra; sus ropas y cabellos cubiertos de tierra, se incorpora, inspecciona el reino frente a él y con una gran sonrisa comienza a correr por las veredas.
Tardo en comprender. Él ha entrado a otro parque. A uno mejor.
Frente a la banca en que me hallo sentado, las puertas inmensas del parque. Mi lectura que se interrumpe al notar al niño que, ignorando las amplias puertas, colosal invitación al juego y al dominio de la infancia, decide poner pecho en tierra y entrar por una abertura entre el suelo y la malla que rodea al parque, a menos de tres metros de las puertas. Tras un pequeño esfuerzo lo logra; sus ropas y cabellos cubiertos de tierra, se incorpora, inspecciona el reino frente a él y con una gran sonrisa comienza a correr por las veredas.
Tardo en comprender. Él ha entrado a otro parque. A uno mejor.
lunes, agosto 13, 2007
miércoles, junio 20, 2007
La Plagioteca

Gracias al Master Jedi, quien incidentalmente me dejó leer lo nuevo de H. Murakami convirtiendo la última semana en Puerto Rico en algo mucho más llevadero.
“Pienso mucho en los viejos días. Especialmente después de que empecé a huir así por todo el país. Si me esfuerzo fuertemente en recordar, todo tipo de cosas regresan, recuerdos realmente vívidos. Súbitamente, puedo traer de vuelta de la nada cosas en las que no he pensado durante años. Es muy interesante. ¡La memoria es una cosa tan loca! Es como si tuviéramos estos cajones atascados con toneladas de cosas inútiles. Mientras tanto, todas las cosas realmente importantes las seguimos olvidando, una detrás de la otra.”
Korogi se quedó allí, sujetando el control remoto.
“¿Sabes qué pienso?” dijo ella. “Que los recuerdos de la gente quizás son el combustible que ellos queman para permanecer vivos. Ya sea que esos recuerdos tengan alguna importancia real o no, eso no importa en cuanto a mantener la vida concierne. Todos son combustible. Insertos de publicidad en el periódico, libros de filosofía, fotos cochinas en una revista, un fajo de billetes de diez mil yenes: cuando los arrojas al fuego, son solo papel. El fuego no está pensando: ‘Oh, esto es Kant,’ u ‘Oh, esto es la edición matutina del Yomiuri’ o “Linda tetas” mientras arde. Para el fuego, no son más que jirones de papel. Es exactamente la misma cosa. Recuerdos importantes , recuerdos no tan importantes, recuerdos totalmente inútiles: no hay distinción, son solo combustible.
Korogi asiente para ella misma. Luego continúa:
Korogi se quedó allí, sujetando el control remoto.
“¿Sabes qué pienso?” dijo ella. “Que los recuerdos de la gente quizás son el combustible que ellos queman para permanecer vivos. Ya sea que esos recuerdos tengan alguna importancia real o no, eso no importa en cuanto a mantener la vida concierne. Todos son combustible. Insertos de publicidad en el periódico, libros de filosofía, fotos cochinas en una revista, un fajo de billetes de diez mil yenes: cuando los arrojas al fuego, son solo papel. El fuego no está pensando: ‘Oh, esto es Kant,’ u ‘Oh, esto es la edición matutina del Yomiuri’ o “Linda tetas” mientras arde. Para el fuego, no son más que jirones de papel. Es exactamente la misma cosa. Recuerdos importantes , recuerdos no tan importantes, recuerdos totalmente inútiles: no hay distinción, son solo combustible.
Korogi asiente para ella misma. Luego continúa:
“Sabes, creo que si no hubiera tenido ese combustible, si no hubiera tenido estos cajones de recuerdos dentro de mí, me hubiera quebrado hace tiempo. Me hubiera hecho un ovillo en algún rincón, y muerto. Es por que puedo sacar los recuerdos de estos cajones cuando tengo que hacerlo – los importantes y los inútiles – que puedo seguir viviendo esta vida de pesadilla. Puedo creer que no puedo soportarlo más, que no puedo seguir más, pero de una forma u otra lo supero.”
[Fragmento. After Dark, Haruki Murakami. De la traducción al inglés de Jay Rubin]
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