miércoles, septiembre 19, 2007

Cuando viajo digo mentiras.

Me llamó Eusebio, le digo, recordando rápidamente el nombre del chofer que ésta mañana me llevó a la oficina y estrecho su mano con una calculada rapidez que siempre deja a todas un tanto confusas. Eusebio Contreras, añado, doblando de golpe el periódico que mostraba en primera plana el apellido que ya siento mío.

Con el paso de los años, siempre en el camino, he ido aprendiendo a modular la voz, mesurar las miradas, aplicar la dosis justa de desinterés y nerviosismo que les da confianza. No muevo la pierna nerviosamente como suelo hacerlo, pues Eusebio Contreras no movería la pierna nerviosamente. Paso los dedos de mi mano derecha insistentemente por mis cabellos como solería hacerlo Eusebio Contreras, aún y cuando yo nunca lo haga.

El gesto mínimo, disimulado, justo, de mirar con discreción el reloj, le dará la sensación en todo momento de que era ella quien en realidad estuvo propiciando el encuentro, la charla casual. Me dirá que es su primera vez en la ciudad. Le diré que pasé la infancia muy cerca de aquí, en un poblado que prefiero olvidar, que siendo joven cruce la frontera con muy poco miedo de la selva pero con verdadero pavor a mirar hacia atrás. Ella me dirá que está en Guatemala por cierto congreso de modas. Yo le diré que cada mes y medio tengo que entregar personalmente un pequeño cargamento de pinceles artesanales que mi hermano y yo, confeccionamos en nuestra pequeña factoría en Chiapas.

Ella se irá rindiendo ante esas ficciones que sin esfuerzo y sin exceso irán conformando la verdad que da propósito y sustancia a Eusebio Contreras; se irá entregando a ellas de una forma en que nunca lo haría ante la verdad (verdadera ficción) de Luis Cortés y sus auditorias, de su inercia de vida en Aguascalientes, de sus torpes y errantes letras.
Si juego bien mis pasos - siempre lo hago - la acompañaré a su habitación, quedándome ante el umbral de la puerta (a Eusebio Contreras le importa un comino que lo consideren anticuado, seguirá siendo un ferviente devoto de la caballerosidad) y mientras sostengo la hoja de su puerta con la palma extendida sobre ella le contaré a manera de despedida una historia que pareciera no venir al caso sobre mujeres que esperan algo a solas cada noche en las iglesias de un barrio cercano, sobre como en diecisiete años ningún hombre se ha atrevido a arrojarse a la noche y al pavimento desde los balcones de éste hotel, sobre madres que venden sus niños a extranjeros en el segundo piso, ayudadas por abogados que cuentan su dinero en el estacionamiento de la planta baja.

“Me gustas”, dirá, la sonrisa rematando el contorno de la “s” final.“A mí me gusta decir mentiras cuando viajo”, replicaré yo, mi rostro cubierto por la expresión que seguramente inunda el rostro de Eusebio Contreras cuando se halla realmente triste. Entonces cerraré lentamente la puerta frente a ella, a la par que a sus espaldas la sorpresa, una lenta decepción y la oscuridad del cuarto, la irán envolviendo para no abandonarla por el resto de la noche.

1 comentario:

Anónimo dijo...

como te fue en PR?