Adriana durante algún tiempo estuvo enamorada de Omar, quien a su vez estuvo enamorado de ella: amor de esos, fugaces e indoloros, en los que a cierta edad la vida acierta en enredarnos. Magda y Jaime vinieron después, y su divisa no era lo fugaz. Adriana se casó con Jaime. Magda fue a vivir con Omar.
Esta tarde, Adriana escucha a Magda desde su sillón, fijos los ojos al frente, pero cada tantos pestañeos mira de reojo a Omar. A Omar ausencias constantes, Omar taza de café que no se acaba nunca, Omar risas de quién no recuerda un buen chiste. Siente cómo una tristeza profunda y lenta sube desde la taza de café a sus manos, ahora a sus hombros y desde ahí escurre por todo el cuerpo dejándola tan lejos pero aún en ese sillón frente a ellos, tan lejos del interés por el libro del que habla Magda, tan lejos de los brazos de Omar que ahora envuelven un cojín rojo, ridículamente grande y que casi le tapa la mitad del rostro al abrazarlo.
Adriana sabe que si alguien fuera capaz de tomar una fotografía de lo que es una despedida, al revelarla mostraría una imagen muy similar a esta: tres personas separadas por apenas centímetros pero que ya se hallan unos de los otros a una distancia que no hace falta medir en metros, sino tal vez en días, o en páginas colmadas de una letra apretada – críptica – que cuenta en el papel todas esas cosas que no se dicen ante una taza de café y dos pares de ojos.
domingo, noviembre 16, 2008
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1 comentario:
Precioso texto. He pensado y escrito muchas veces sobre eso que dices de las despedidas. Como todo cambia muchas veces casi sin cambiar nada. Como se relativizan las distancias y como todo queda en el mismo lugar de forma tan diferente.
Me gusta mucho tu blog, creo que pasaré por aquí a menudo. Un saludo.
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