viernes, enero 19, 2007

Polvo en el calzado

Me escapo de los caminos. Llego a Tzinzingareo y me propongo encontrar el Café Internet más cercano... que resulta estar dos pueblos más adelante. Caminos de Michoacán y pueblos que van pasando. El limbo entre Guanajuato y Michoacán resulta ser de una medida mayor a mis expectativas, no dejo de repetirme que con otra vestimenta (distinta a estre traje y corbata cada vez más ajustados), con otro equipaje (distinto esta maleta "funcional" y la sempiterna computadora portátil), y con otro propósito (que no fuera constatar negocio, tras negocio, que en México nos sigue valiendo poco hacer lo que la ley dice), no dejo de pensar que sin todo esto el viaje sería muy disfrutable.

Lo único enteramente alucinante son las noches. Aún con el cansancio a cuestas, aún con el día siguiente mordiéndonos los talones y el sueño, aún con la colección de historias que no seré capaz de plasmar en el papel, no obstante que solo tenga que cambiar un nombre, una hora, un detalle, para hacerlos míos y tornarlos ficción, vestirlos de literatura. Las noches son, insisto, alucinantes por el cielo inmenso que se derrama sobre el hastío que cuelga de mis hombros, cielo de campo, inmenso y absurdamente estrellado, resbalando hacia el centro de la espalda. Las estrellas se explayan, van cubriendo la vista de presagios y se cubren de una claridad tal que parecieran jugar con nosotros, invitándonos a algo que se adivina turbio, fugaz, y por tanto, placentero.

Los astros insinuándose y yo pensando en "cosas".

"Pensando" en cosas.

"Pensando en cosas".

Jacques Brel no es la banda sonora adecuada para estos caminos de polvo y silencio.

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