martes, marzo 25, 2008

Brevedades y suplicios

Para postear he de desconectarme de la red principal en mi oficina y accesar a la zona desmilitarizada. Zona Desmilitarizada. Grandioso concepto de nuestros tiempos de omniconectividad que busca garantizar en mayor o menor medida una navegación ética en la Internet; navegación controlada y limpia de riesgos para la información corporativa.

Ya en dicha zona de pomposo nombre, no obstante su fin, he de librar más obstáculos, pues ésta se encuentra sometida al escrutinio y censura de un filtro de contenido: el temido Fortinet, azote de la improductividad y las descargas ilegales en el lejano oeste del piso 1 de mi edificio, que es donde tenemos a bien trabajar todos aquellos que no somos socios. Para esquivar a este Can Cyberus, he de recurrir a la ayuda del Ninja Proxy, disfrazando mi dirección ip y esquivando el informático cerco tendido por mis jefes y ya a estas alturas me siento todo un Ethan Hunt de región cuatro. Estrategia lammer de libre acceso y poca complejidad. Pero igual molesta.

Eso sólo para entrar a un Blogger sin formato básico (sí, sin negritas, sin subrayado, sin tamaños de letra). Postear textos y nada más. ¿Links de música o en Badongo? Odisea que consume grandes cantidades de paciencia y tiempo, la mayor parte de las veces con pésimos resultados. ¿Imágenes? Fuera de mi alcance. ¿Hipervínculos? Sólo en la burda desnudez de su entereza, nada de poder disfrazarlos elegantemente detrás de una palabra cualquiera, pero clave, del texto en cuestión.

Entonces, no hay más salida que cuidar el texto. Renunciar a las distracciones, a las recompensas fáciles para ganar al posible lector, al amigo que por curiosidad o lealtad caiga por estos rumbos digitales. Prescindir de adornos, de floreos, más allá de los necesariamente literarios. Compartir textos que se sostengan por su honestidad, en los que el lector no quiera soltar nuestra mano antes de llegar al final. (Decía Pessoa: Leer es soñar de la mano de otro.)

Resulta entonces, que ahora las políticas de seguridad de sistemas de las corporaciones funcionan a la manera de un moderno y personalizado taller literario. Elliot y Pessoa sonreirían quizá con ironía, de haber tenido que revisar balances bancarios o traducir cartas comerciales, de haber tenido que hacer su literatura escondida, en esta época de troyanos evasivos, gusanos voraces y porno detrás de cada bit.

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