martes, julio 04, 2006

De noche, un hombre mira su jardín.


La verdad es una historia que merece ser contada. Y sin embargo…

Doce años de intentos son, en este caso, el equivalente a un álbum de fracasos, en el que cada recuerdo [cui-da-do-sa-men-te-co-lo-ca-do] aún guarda el aroma exacto de la pretensión ingenua.

Esperan que lo cuente, confían en que el teclado es lo único necesario para vaciarlo todo de golpe y decir: estuve ahí. Me reclaman, sin decirlo, apenas insinuando, el hecho de no compartir las visiones, el gusto, los aromas. Dicen que me guardo sensaciones o juzgan que es pereza, apatía hacia la letra y del oficio. No lo saben, creo que no lo entienden.

Porque no es tan fácil.

El asombro no cabe en un teclado así de golpe: el Caribe revuelto e intuido, belleza en cada giro de cabeza, aromas complejos y profundos, sonidos de bala desbancando al tedio de oficinas, un hombre muerto tirado al lado de la autopista, toda la cordillera y el aroma de un río aprisionado, la nieve que se extiende sobre el alma, calentando un vacío que no intuía, que aún no asimilo, una ciudad nueva para vivir y un río tan grande que todo mi pesar cupo de golpe entre una margen y otra. Certezas, ausencias, un mar de confusiones, tedio absurdo, desoladora torpeza, casi 100,000 millas que no pretendo usar en un buen tiempo. El centro de Santiago brindándoseme pleno, sintiéndome en Perú casi de golpe sabiendo que era falso; las tumbas que me hablaban, temprano en Recoleta, y el miedo que se instala frente a un Pollo Campero. Música tanta, tanta pero tanta música, tan buena, tan genial, fronteras disolviéndose en el fondo del oído. Medio centenar de libros: nunca suficientes.

Entre asombro y pena, entre gusto y exceso, entre sosiego y stress: el tedio siempre el tedio. Entre viñedos y pampa: el tedio. Entre Caribe y Pacífico: el tedio. Entre opulencia y miseria: el tedio. Bajo el ecuador, sobre el ecuador: el tedio. Y tras tan tedio idiota, una visión: un hombre que apenas llega a casa y cumple los mínimos deberes, se sienta tranquilo frente a una libreta ajada, casi puesta en el olvido, y al fin, después de mucho tiempo, escribe.

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