Sucede que a fuerza de agregar ceros a una sucesión inacabable de diminutos, ínfimos vacíos, se logra entonces que tal adición de valores infinitamente pequeños (lo dijeron en la escuela: un cero no es más que eso e intuiste, apenas leerlo, que no había una nada que fuera igual a la otra), suma de nimiedades, acumulación de ápices, se genera entonces algo acaso cercano a la unidad.
Así debe enfrentase el autor a la nada de sus letras: agregando líneas sucesivas, interminables, a ese empeño que se juzga hueco, arrojando ideas a ese blanco inmenso segmentado en cuartillas que lo acotan, para intentar dotarlo de dimensión y medidas.
Arrojar pues la ideas dando cauce al torrente que viene de adentro, como quien insiste en tirar de un hilo que, corredizo, al deslizarse va desintegrando el frágil tejido que da forma a esa prenda que llamamos alma.